No vayas a leer esto. No creo que te interese.
Yo preferiría no estar aquí escribiéndolo. Me he despertado con un mal sueño y
no tengo otra cosa mejor que hacer. Hubiera permanecido en la cama con gusto.
¿Qué hago aquí sentado aguardando a que se haga de día? Tengo un nudo en el
estómago. Es un nudo de angustia. Lo llevo casi siempre conmigo. Quizá lo
llevemos todos. Pienso en todas las personas que quiero, que quise o que
debería de querer o haber querido... llevando también a buen seguro su nudo de
angustia sin que yo hiciera nada por aliviarles. Quizá poner la mano y disolverlo,
como hago con el mío. O aconsejarles que respiren despacito y se concentren,
que lo sientan dentro, que lo localicen, que comprendan su extensión y su forma
y que noten por fin, cómo se va haciendo más pequeño y fluido y cual es el
espacio de amor y bondad que ocupa su lugar.
.
Les hubiera dicho esto y ellos me hubieran tomado por tonto o majareta
o las dos cosas y yo les hubiera dado la razón. Si lo pienso. Pero no hay que
pensar demasiado porque es dando rienda al pensamiento cuando se forman estos
nudos de angustia; que son reales, sí, que están fundamentados, sí; pero que se
disuelven como una grajea tan sólo con sentarse a escuchar si es que canta un mirlo o
un vecino abre una puerta o la respiración de tu perro ahí al lado.
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Se está haciendo de día. Aún no hay color ni luz en el cielo pero ya
no es noche cerrada. Clarea. Hace muchos días que quiero estar despierto a
estas horas para estar despierto y escribir. Sí, ya sé que repito “estar
despierto”. Es que quiero notar que estoy despierto y nada más. Con tiempo por
delante. Normalmente uno aprovecha que está despierto y hace cosas. Cosas que
hasta puede que le guste hacer. Pero a mí me gusta estar despierto y no hacer
nada y para eso parece que nunca encontramos tiempo. Y así no se deshacen los
nudos.
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A veces esperar parece una solución. Esperar a que llegue el autobús o
a una cita o a que te atienda el médico. Pero no es lo mismo. La espera se
termina y uno pasa de no hacer nada a darlo todo sin haberse dicho “es ahora”.
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Es mucho mejor así: como hoy. Despertarse temprano y aunque te salude
la angustia decirle: “buenos días, yo me voy a hacer un café para tomármelo
despacito. ¿Quiere usted tomarlo conmigo o prefiere...? Ah, que se marcha...
Bueno, pues adios... Yo aquí me quedo un rato, no sé cuanto... hasta que me dé
la gana... Tengo tiempo.”
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