lunes, 26 de mayo de 2014

cabeza de cebra






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La noche que murió mi madre mandaron de la funeraria  a un individuo  muy joven y muy amable para hacerse cargo  de los primeros trámites. Durante un ratito que  se me hizo eterno me informó y me fué guiando acerca de las primeras decisiones que había que tomar. Todo lo hizo muy bien. La verdad es que yo también se lo puse fácil. Supongo que le proporcioné uno de los “servicios” más llevaderos de su trayectoria. El caso es que al finalizar le agradecí por todo y entonces, en confianza, me preguntó si acaso yo era pintor y si los cuadros que había por todas partes eran míos... y a  continuación me informó  de que su hermana también era pintora y de lo  difícil que le resultaba  esta vida. Yo me abstuve de comentar lo que a mí me parecía  la suya y coincidí con que vivir de la pintura es complicado. Entonces va el tío y me enseña por el móvil lo que pinta su hermana. Me asomo a la pantalla y  veo  una cabeza de cebra. ¡Una cabeza de cebra! Yo, que  me creo que estoy pintando la Capilla Sixtina, resulta que me encuentro  a la par que la hermana que pinta  cabezas de  cebra –  no muy bien , por cierto- y que lucha por salir adelante.

Esta mañana me ha venido todo esto a la memoria en medio del pánico de despertar. Casi todos los días siento el mismo momento de angustia. No me consuela considerar que pinto algo más que cebras porque me temo que a los ojos del común de la gente no hay diferencias. El caso es que ni unos ni otros tenemos cabida en este mundo . Solo que entonces... ¿ dónde ir?

Según mi nuevo reloj de 10€ son las ocho de la mañana. A donde tengo que ir ahora mismo es a sacar de paseo a los perros. Luego ya veremos. Hoy me quedaría aquí todo el día escribiendo.

Ya hemos regresado. No creo que me quede  todo el día, ni siquiera que  remotamente pueda hacerlo; pero al menos un buen rato  me lo voy a permitir. Un buen rato es hasta que yo quiera. Curra ya ha tomado posiciones y Gaspar  busca acomodo. Estoy sentado en el rincón que más me gusta. Aquí me siento acogido. Esta habitación es un lugar pequeño, bonito y silencioso que he ido creando casi sin darme cuenta a base de tiempo y azar. Cuando me acomodo en esta esquina me digo a mí mismo “ya está”. No sé exactamente a qué me refiero pero creo que se trata de  haber llegado al mejor lugar.

Te preguntarás “¿el mejor lugar para qué?” Pues al mejor lugar para todo. El mejor lugar para estar cuando estar y ser se confunden. Esto no pasa casi nunca, por lo menos en castellano y sin embargo es lo que siempre debería ocurrir. Sólo así las acciones tendrían sentido.

Aquí estoy pues en la esquina de mi habitación, junto a la ventana y miro el cuadro de Jose que desde su habitación, en su cama, me mira a mí. ¿Curioso, no? Jose era capaz de estar horas en su cuarto sin hacer nada. Solamente estando. Miraba desplazarse por la pared los doblones de sol que las persianas dejaban pasar y leía. Fuera de ese cuarto Jose no se desenvolvía tan bien. A sus ojos, claro. A los ojos de los demás era pura eficacia. Pero para él las tareas eran algo antipático e impuesto que había que cumplir. Un sinsentido.

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No es fácil vivir siempre y en cualquier parte como desde el mejor lugar. Y sin embargo hay que intentarlo, proponérselo y conseguirlo porque de otro modo puedes acabar pintando cabezas de cebra sin saber porqué lo haces y darte cuenta de que has tirado tu tiempo, o sea tu vida, a la basura. De donde nadie te va a sacar.


viernes, 16 de mayo de 2014

kakemonos cinco de cinco



Otra cosa más sobre los kakemonos y prometo dejarlo aquí pero sólo de momento.

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Me fascina que sean “composiciones abiertas”. Esto es un tecnicismo que conviene aclarar, como  también conviene aclarar que es algo que yo me saco de la manga... o sea que ya me dirás si tienes paciencia si te parece otro desvarío. (Menos mal que lo llevo advirtiendo desde un principio desde el subtítulo del blog)

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La cuestión es que en Oriente no se componen las pinturas desde los márgenes del formato hacia el interior, como es tradición nuestra. Ellos por el contrario no parece que tengan en consideración que la obra haya de terminarse donde el cuadro se acaba sino que por el contrario, como la vida misma, no tiene límites ni se detiene en ningún borde. Lo que queda recogido por la pintura es tan sólo un fragmento. Un fragmento maravilloso y lleno de pálpito que puede hablarnos con todo merecimiento tanto de sí mismo como de lo que no cupo en la obra porque es la misma naturaleza y espíritu.



Cuando un pintor oriental comienza a trazar sus composiciones lo hace como si un trazo infinito se desplegara atendiendo a su propia forma y al espacio vacío que genera alrededor que funciona como un contenedor de todo lo que no está.

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Nuestras composiciones tienden al orden y al equilibrio. Supongo que es reflejo de nuestra concepción de lo que debería ser. No digo que esté mal, ni que haya una verdad universal. Simplemente señalo el hecho de estas posturas. Personalmente me gusta mucho el dinamismo vital que las pinturas orientales no pretenden refrenar ni mucho menos contener. 

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Cuando veo un rollo de pintura oriental me hace gracia imaginar que en lugar de tres metros podría ser de cinco o de tan sólo uno y que el resultado en esencia es el mismo. Un biombo puede tener siete paneles o tan sólo tres. El mismo biombo que realmente tiene cinco. Su equilibrio es interior y no necesita afirmarse en unos márgenes que le pongan el apoyo. No sé si me explico.

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Y... ¡oh!... por la misma razón puedes tomar un fragmento de la obra al azar y funcionará igual de bien que el conjunto. ¿Qué nos está enseñando esto? ¿No has pensado nunca que un momento en tu vida puede contener todo el fulgor de la existencia? 


PD: estos pequeños floreros se compusieron con las heróicas supervivientes del gran ramo original y...sí... te has dado cuenta: representan la antítesis de lo que aquí menciono

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jueves, 15 de mayo de 2014

kakemonos cuatro de cinco




Kakemonos de mayo 2014 (4)

Esto de los Kakemonos es una apropiación que espero no sea demasiado indebida de un término oriental- japonés, creo_ que sirve para designar unas obras de caligrafía, pintura o ambas; sobre papel o seda que pueden recogerse con facilidad y exponerse sólo cuando a uno le apetece o cree conveniente;  que bien pudiera ser siempre, o  sólo por   luna nueva o en el día  de la patrona. Esta singularidad   convierte la experiencia de la contemplación  en un acto consciente y voluntario y con ello la intensifica y da un valor añadido. No es algo que está  ahí, siempre igual, y que la costumbre puede volver  invisible. 

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Naturalmente todo lo que pueda dar más reconocimiento a las cosas que uno hace resulta muy tentador para apropiárselo. Nuestra cultura es más bien de ir con “todo” al escaparate  y a mí mismo nada me agrada más que ser colocado con carácter permanente e indiscutible en el mejor sitio de la casa. Pero por si acaso algún día me vuelvo mejor, más humilde, voy por delante de mí mismo con los kakemonos por bandera y luego que cada cual haga en su casa lo que quiera.

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En las casas tradicionales de oriente había un lugar especial para desplegar y colgar los kakemonos. Este lugar era compartido por otros, digamos, “objetos de contemplación” como pudiera ser una cerámica, una ofrenda o unas flores. Las flores son especialmente sensibles a esta idea de presencia en el tiempo pues su carácter efímero hace tomar especial consciencia del momento presente que vivimos. Supongo que de eso se trata... confío... porque si no desde luego que estoy haciendo el memo en llamar a estas piezas mías Kakemonos y más me valiera buscarle otro nombre...

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miércoles, 14 de mayo de 2014

kakemonos tres de cinco

   


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En algún otro lugar de este blog ya he hablado de los “kakemonos”.


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 Si te interesa saber lo que dije o cuales fueron los trabajos que mostré, sólo tienes que hacer “click” en la etiqueta correspondiente en la esquina superior de tu derecha en la pantalla del ordenador. Yo sólo retengo una ligera idea pero con eso me basta. Me ocurre lo que con el nombre de las flores: sé que tienen uno pero no me importa saber exactamente cuál es. Los nombres tienen sentido cuando hay una razón para compartirlos. Mientras tanto son sólo un sonido hueco que las corrientes de mi cabecita no consiguen retener. 

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Sé que escribí sobre los Kakemonos pero fue hace tiempo y ya es agua pasada así que a riesgo de repetirme, prefiero escribir de nuevo y actualizar la experiencia.

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 Esto de los Kakemonos lo llevo “practicando” a intervalos desde hace tiempo pero siempre es más o menos el mismo concepto. Se trata de pintar de la manera más inmediata y espontánea posible el motivo que tengo delante, sin interferencias del pensamiento, sin estrategias ni ideología. Se trata de pintar como si  pintar fuera un acto natural y reflejo igual que respirar, parpadear o poner un pie delante del otro. 


En fin. Se trata de una entelequia, pero hay veces, hay momentos en los que realmente me acerco mucho, tanto que estoy dentro, tanto que ya no distingo entre la pintura, el motivo y yo mismo. Naturalmente es una sensación maravillosa y espero y confío en que la obra lo haya recogido entre sus trazos y lo conserve y lo trasmita al espectador. Transmitir... ¿qué? ... la Felicidad ¿qué si no?