Una exposición
A pesar de que
ya son casi las ocho aún es prácticamente de noche. Cualquier día de estos
vuelven a cambiar la hora, ya verás tú. Bueno. Hoy es viernes 3 de octubre de
2014. Son las 7´47. Ayer me acosté después de ver “Maléfica”, una fábula a
partir del cuento de “la bella durmiente” en la que nada es lo que parece: ni
los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. También estuve hablando con
Miriam y más o menos ese mismo fue el tema. Me acosté mirando el cuadro de
“noli me tangere” y me pareció que me gustaba más que nunca. Es curioso como
los cuadros pueden adquirir nuevo sentido a medida que envejecemos con ellos.
La niña puede ser un hada buena, un poco perversa como todos los niños, que
protege el sueño del durmiente. Soñar no es
lo mismo que estar dormidos Ese hombre está soñando consigo mismo en un
hermoso prado vedado con prohibiciones ficticias y la niña las destruye. Ese
cuadro se ha de llamar “Narración y Silencio”. Quizá de nombre a la exposición
entera.
Hace poco
escribí en mi cuaderno que toda narración ha de dejar tras de sí un silencio
porque es del silencio de donde proceden todas las historias y a él han de
volver después de ser compartidas. Este
silencio permanece como telón de
fondo durante la narración y en el caso
de la pintura figurativa se percibe de forma simultánea junto a
lo mostrado. Son dos planos de comprensión que se yuxtaponen. A veces es muy
evidente. Me parece que cuanto mejor es una obra tanto más evidente es ese
espacio compartido, esta tensión indolora entre la narración y el silencio.
Nuestra vida también se desarrolla ahí.
Por la
importancia de este cuadro en el conjunto creo que debería ir en el escaparate
grande, junto a la puerta, como una embajada de lo que habrá de encontrarse.
Mide 1.50 así que lo ocuparía por entero. La figura de la niña, tan blanca,
destacaría en la penumbra. En el otro
escaparate, haciendo contraste de tamaño; pero no tanto de motivo yo pondría el
cuadro de “El pequeño mago en el solar”. En este cuadro se ve a un niño de seis
o siete años con un balón de fútbol en las manos. Algo de lo más normal; pero
el niño está solo. Nadie puede jugar al fútbol solo así que resulta extraño que
esté ahí en ese solar abandonado entre edificios sucios y grises. Sostiene el
balón como si fuera una bola de cristal y parece que nos espera desde el otro
lado del cuadro. Quizá nos esté sugiriendo que somos dueños de nosotros mismos
y, por tanto, de nuestro futuro así que no importa demasiado donde estemos
porque si esto es así hasta un pequeño patio abandonado puede ser un lugar
donde esté la magia.
Si aceptamos la
invitación de estos dos cuadros para entrar en la galería nos encontraremos en
el fondo con una imagen grande y poderosa que aún nos invita a adentrarnos más.
Se trata del camino que se interna en el bosque del “Pinar de las siete
hermanas”. Este es un pinar real con un nombre verdadero que, sin embargo,
sugiere evocación de una historia con la que sólo nos cabe fantasear. Caminar
bajo los grandes árboles aunque sea con la imaginación, es una
experiencia llena de magia que todos hemos sentido y podemos rememorar al ver
el cuadro.
A la derecha de
esta pintura, a nuestra derecha, mejor dicho, sobre la barandilla que conduce a
las salas de subastas, me imagino los dos cuadros hermanos de “El lector” y
“Estupor”. Digo que son hermanos porque tienen la misma medida y un personaje
central que, aunque aparece muy pequeño, dinamiza la escena y le da un plus de
sentido. Nosotros mismos, en el mundo, también ocupamos un lugar casi
insignificante pero eso no es cortapisa para que atribuyamos sentido y
significado a nuestra vida y a todo lo que nos rodea. Estos dos cuadros son
como la cara y la cruz de una misma moneda o de una misma experiencia. El
estupor es un cuadro oscuro, un tanto ténebre, pero la figura de la niña está
plantada firmemente en el centro de la escena y la ilumina con su vigor. Ella
contempla arrebatada la hermosura del mundo en la que está inmersa a pesar de
la lluvia y el anochecer inminente, Ahí está el arcoiris.
( A Cristina no
le gusta nada este cuadro. No me extraña y no la culpo. Pero este cuadro
“tiene” que ser así. En cierto modo feo, torpe e inacabado, como un hijo que
nos enseña a sacar de nosotros un amor que no sabíamos que existía para aceptar
las cosas tal cual son)
A su lado está
el contrapunto de “El lector”. En este cuadro el atardecer es amable y luminoso
y también hay una figura pequeña en el centro de la escena; pero esta figura
está volcada en su propio mundo y en cierto modo da la espalda a lo que le
rodea. Quiero suponer que es una actitud temporal como también necesaria en
ocasiones. Es cierto que está leyendo pero... ¿no es la lectura (o la
contemplación de un cuadro) una vía para adentrarnos en un mundo paralelo al
que ocupamos?. Un mundo cierto pero intangible que está en nuestro interior y
al que el libro (o el cuadro) nos da acceso para retornar más completos. A este
mundo también se accede por medio de la introspección y es lo que creo que está
haciendo el lector en el momento en el que pinté el cuadro. Tiene delante el
libro pero no lo lee, tiene a su alrededor el mundo hermoso pero no lo admira.
Está ensimismado.
.
Frente a estas
dos pinturas, a nuestra izquierda si seguimos frente al cuadro de “El
pinar...”, está “El Jardín de Pulgarcito”. Este es una imagen que trata su
motivo de forma igual de monumental que su compañero en proximidad. Sin embargo,
el tema de este cuadro es una pequeña maceta con una cándida plantita en flor.
De esa manera recordamos que no hay nada pequeño o grande, como tampoco lo hay
valioso o insignificante si es que no somos nosotros los que le atribuimos esa
condición... Como le ocurrió al bueno de Pulgarcito, ninguneado por su tamaño
y, sin embargo, valiente y animoso, capaz de ver oportunidades donde otros sólo
advertían tinieblas. Este cuadro lo pinté en un momento de crisis y
desconcierto. No sabía qué hacer ni por donde tirar. Estaba perdido como
Pulgarcito. Sólo sabía que quería pintar y entonces mis ojos repararon en el
pequeño cyclamen que tenía delante y con su cariñosísima ayuda y bondad pinté
el cuadro.
Me imagino que
el espectador retrocede hacia la puerta para ver lo que dejó atrás al entrar en la sala y verse atraído por el camino que se adentra en el gran “Pinar...” A su izquierda,
entre la puerta y el pilar que divide la pared en dos mitades, está otro gran
cuadro, un tanto apabullante por su color y pincelada que se llama “Invitado a
la fiesta”. Pese a su ambición el cuadro no consigue alcanzar ni mucho menos la
magnificencia ni el esplendor del tema que propone... pero ¿qué cuadro lo
haría, qué pintor lo conseguiría? Me temo que he de conformarme con ser “el dedo que señala la luna” y que la
sabiduría del espectador compense y supere mi fracaso con su experiencia y esto sea suficiente. Si la composición del cuadro del “Pinar...” nos propone adentrarse físicamente en el lienzo, esta por
el contrario, con su disposición en horizontales, nos frena, nos separa y pide
una distancia para que desde allí, nuestro espíritu se arroje a volar por el
espacio abierto hasta... ¿dónde?
Se supone que
nos hemos alejado pues, casi hasta el centro de la sala. Nos giramos y
estaremos a buena distancia para
contemplar otro cuadro con un montón de cielo y a su “hermano pequeño”. Se
trata de “Campamento de verano”. Es un cuadro grande como “invitado a ......” y
“pinar...” así que visualmente estamos en el centro de un triángulo equilátero
o en la base de una pirámide. Me hace gracia esto porque en el centro de esta
pintura hay una pequeña construcción piramidal que quizá hayan dejado los
ocupantes de este “campamento de verano”. Es un cuadro sin ocupantes, como un
escenario vacío. Sin embargo es justamente ese vacío, esa ausencia – junto con
el título- el que denota una presencia.
Los árboles están casi desnudos y en una esquina, como si también fueran
a desaparecer. La tierra tampoco tiene apenas cobertura; sólo un gran camino
de caliza por donde la luz del amanecer o del crepúsculo vuela. Es un
cuadro muy sobrio. Quizá el más austero de la exposición. Cuando terminé de
pintarlo me recordó los fondos de paisaje que se usaban a menudo en el
barroco para los retratos, lo cual aún contribuye más a señalar el vacío; pues no hay nadie retratado. El
esqueleto de la cabañita lo pinté algún tiempo después, cuando descubrí el
nombre que debía darle a la pintura. Los que hayáis visto la película de Lars
Von Triers “Melancolía” hasta el final tendréis una referencia más del
significado de este pequeño rastro de presencia. Nuestra capacidad para el
Arte tiene un poder de salvación que actúa cuando todo lo demás se aniquila.
"campamento de verano" 162x200 óleo lienzo |
El hermano
pequeño de “campamento...” se llama “ jóven padre y niño mirando el horizonte”.
Si os fijais os dareis cuenta de que los pinos bajo cuya copa descansan, son
los mismos que los de “campamento...” Es posible que sea su marcha lo que ha
dejado tan vacío el panorama.
En cualquier
caso es un lugar “real” que existe y al que voy a menudo. No suele haber nadie
y menos niños de corta edad porque no es de fácil acceso. En aquella ocasión un
jóven padre y su hijo estaban sentados al borde como aparecen en el cuadro. El
niño estaba entusiasmado y señalaba mil cosas a lo lejos para que su padre les
pusiera nombre. Me dí la vuelta y
marché sin hacerme notar.
Jóven padre y niño mirando el horizonte. 114x114 óleo lienzo |
Hemos recorrido
casi toda esta sala y estamos a punto de cerrar el círculo. Bajando las
escaleras nos espera otra sala y otras pinturas pero antes le echamos un
vistazo a los cuadros que ocupan los escaparates desde el interior de la galería,
sabiendo que serán los últimos que forzosamente habremos de encontrar cuando
salgamos al exterior. Son cuatro cuadros verticales de tamaño mediano que están
puestos por parejas. Pueden considerarse por separado y también como un conjunto.
En realidad es el mismo cuadro que he pintado cuatro veces para destacar una de
las palabras del nombre: “eterna”. El cuadro (los cuadros) se llama “La eterna
lucha de Jacob con el ángel” (primavera, verano, otoño, invierno...al momento
presente aún no he pintado el invierno; pero espero que me salga bien e incluirlo
en la muestra)
.
También está
inspirado en una imagen y experiencia “real” así como en otra imagen y
experiencia del inconsciente colectivo que, claro está, compartimos. El cielo y
el paisaje son reales . Se inspiran en una de las praderas del parque del
Retiro a la caída de la tarde. Una tarde cualquiera. De eso se trata. La
pareja diminuta que se abraza y se besa también estaba ahí. Se entregaban con
tanta pasión, tan ausentes de todo lo que les rodeaba a pesar de la
magnificencia del ocaso, que me hizo recordar aquella historia misteriosa de la
Biblia en la que un ángel se deja ganar en reconocimiento del ímpetu, el tesón y la firmeza de un
simple hombre. Es posible que la pasión amorosa que mostraban estos jóvenes no
sea un referente muy lógico para el símil, pero la lógica no interviene necesariamente en nuestra cadena de ideas y sentimientos. Por otra parte sí que creo que sin amor no es posible vencer a ningún ángel. Ni
a nada ni a nadie. Sin amor no hay victoria.
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