Cuando
mi madre se fue dejó en herencia un
montón de recuerdos y aún más enigmas acerca de su persona que ya nunca podré
resolver. Me temo que en ningún caso lo hubiera conseguido pues mi madre era
una persona muy enigmática; no al estilo de las espías de las películas de cine
negro o cosa parecida sino más bien en el estilo de las personas que por ser
esencialmente nobles se escapan a la comprensión de quienes no lo somos tanto y
por eso no acabamos de entender a quien es bueno, inteligente y coherente, pase
lo que pase. Nos asombra y en cierto
modo nos intriga y perturba que las razones de un comportamiento heroico y sin
alharacas se deban tan solo a la bondad y a la tranquilidad que da tener principios.
La vida de mi madre fue fácil y bonita
en ocasiones y durante largos períodos muy dura, marcada por
limitaciones muy serias; pero ella siempre fue la misma.
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De
todas formas esto que escribo no pretende ser un homenaje a su recuerdo porque
no me veo capaz y porque esto sigue siendo un blog de pintura o mejor dicho: de
lo que yo pinto. Pero tengo el recuerdo de una historia sencilla que contaba mi
madre y que siempre he tenido como referencia. Es muy cortita
y dice así:
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Contaba
mi madre que en el despacho de su jefe - ella fue el equivalente a secretaria
de dirección muchos años - colgaba un cuadro que se entretenía en mirar cuando
era llamada para tomar una carta al dictado,. Debía ser muy buena mecanógrafa
porque mientras apuntaba las notas no
necesitaba mirar el papel. En cambio dice -decía- que dejaba vagar la mirada por los
senderos del cuadro, que representaba un paisaje en otoño y se dejaba llevar.
Para mi madre la pintura tenía esa función. No me parece poca cosa, sobre todo
sabiendo que a ella realmente le gustaba mucho adentrarse en la naturaleza y
pasar allí las horas, muchas veces sola, especialmente sola.
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Yo
he querido siempre pintar un cuadro así para ella, sobre todo desde que por una
severa lesión de cadera, sus movimientos estuvieron muy, muy limitados. Pero
tengo que reconocer que no me he sentido capaz de estar a la altura de su
recuerdo. Sin embargo, he pintado muchos, muchos cuadros con caminos y me
pregunto si no será por este motivo, aparte, claro está, de lo mucho que a mí
mismo me gusta caminar a cielo abierto.
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Cuando
mi madre murió, yo estaba trabajando por centésima vez en un cuadro con bosque,
otoño y camino. Es un cuadro redondo. El círculo parece que concentra muchísimo
la intensidad de la mirada. Supongo que es porque nuestra propia visión no
tiene ángulos rectos. Da igual. Lo cierto es que eso tiene a su favor; y en su
contra el que es muy complicado componer en él.
Quizá por eso o por mi propia
torpeza, lo cierto es que llevo años tratando que el cuadro funcione. Por fortuna estoy
acostumbrado a que un cuadro se me resista y rara vez abandono; Puede ocurrir
que el cuadro me abandone a mí, pero ese es otro tema. El caso es que por este
cuadro tenía especial interés y lo he retomado una y otra vez intentando
tenerlo terminado para ponerlo frente a su sillón favorito aún cuando ella hace
-hacía- tiempo que no prestaba atención,
Y
sí: ya lo acabé. Faltaba ella
.