Son las 12.05. Hace un día espléndido: sol y temperatura ligeramente fresca. Llevo más de una hora contestando un mail profesional y ahora me tendría que poner las pilas si lo que quiero es pintar algo en lo que queda de mañana o decidirme a afrontar las tareas de cada día. Pero sin embargo me quedo en Babia disfrutando del silencio de la habitación y de la suave luz que entra por la ventana a través de persianas bajadas y cortinas corridas.... Y me da por pensar en el cuadro de ayer -véase el último post- Hay algunas pinturas que se ven mejor con los ojos cerrados y tengo la impresión de que esta es una de ellas. ¿Te parece una chorrada?. No me extraña; pero piénsalo dos veces. Hay pinturas que son buenas para mirar y otras que son mejores para recordar.
Son las cuatro menos cuarto. Después de comer
es de recibo plantearse de nuevo funcionar pero yo sigo igual de inapetente.
No tengo ganas de trabajar. No tengo ganas de trabajar sin tener ganas de trabajar.
Me digo a mí mismo que si repaso los asuntos que tengo pendientes encontraré la
motivación para venirme arriba; para actuar con sentido. Me intento convencer de que los asuntos
pendientes actúan como una rémora, dejando la acción
falta del impulso necesario para llevarla a cabo con alegría. No sé si será
cierto. Lo que sí es verdad es que cada día produce un sinfín de “asuntos
pendientes “ Yo he renunciado a enfrentar a no ser in extremis todos aquellos
que no tengan relación con mi trabajo... porque de otro modo...ni abarco ni aprieto.
En fin... me quedó pendiente de desarrollar
eso de que hay pinturas que son mejor para recordar. ¿Es esto una simple
ocurrencia? Ayer estuve pintando en el cuadro de la playa de Cádiz. Lo pinté
hace mucho tiempo e incluso ha llegado a exponerse. Es un cuadro que estaba
terminado y no era un mal cuadro. Al tenerlo conmigo empecé a verle otras
posibilidades y como pasa a menudo en los ratos en los que te has impuesto
pintar pero no te ves con fuerzas para hacer algo “importante”, coges lo
primero que tienes a mano y te pones a juguetear. Normalmente acabo por hacer
algo completamente distinto a lo que me proponía. ¿Por qué? Por puro
desconocimiento del oficio. Me he imaginado un color pero no llego a alcanzarlo
o la pintura queda muy espesa o muy fluida...lo que sea, El repertorio de desviaciones es inmenso. Después
de un par de horas se acaba agotado,
desmoralizado y completamente perdido (¿Entiendes ahora mejor lo del
Jardín de Pulgarcito?) además de idiota: hace un rato tenías un cuadro que no
estaba del todo mal y ahora tienes un borrón. Te dices a tí mismo que nunca más... pero se te olvida y al cabo de un
tiempo volverás a caer y a fastidiarla. Son muy pocos los cuadros que se mantienen al
margen de la tentación de intentar “mejorarlos”



¡Menudo desvarío!
Antes escribí que hay
cuadros que funcionan muy bien en el recuerdo mientras que otros son mejores
para mirar. Parece que un cuadro está hecho para ser mirado y se antoja de lo
más rebuscado que ningún pintor se llegue a plantear algo distinto. Pero no se trata de
elección. Nunca se trata de elección. En todo caso se puede elegir sacar
partido de lo que te toca o bien rechinar los dientes. Pero este es otro tema y
ya he desvariado bastante. Creo que hay pintores que funcionan especialmente
bien cuando se ha visto su obra porque la interiorizamos. Es como si la
hubiéramos estado esperando. Teníamos guardado un lugar para ella. Y hay otra
obra que es más de entretenerse mirándola. Podría dar nombres pero me temo que
esto es una cuestión personal y si a estas alturas no estás barajando tu
propia lista , nada de lo que yo añada va a convencerte de que esto no era, después
de todo, una chorrada. Tampoco a mí me convence del todo. No es más que una
intuición, o quizás un deseo: el de que hay obras que no se pueden ni se deben
concluir porque concluir es concretar, dar algo por finalizado. En definitiva apartar,
desechar, sacar de uno para dejar a la intemperie, matar, morir. Es mucho mejor
poder cerrar los ojos delante del cuadro y sentir que se transforma porque
estamos vivos en él.
Desde la esquina de esta ventana puedo ver la
esquina del cuadro aún en el caballete del estudio. Kike, que normalmente es
tan tolerante con lo que hago, dice que lo encuentra algo soso. Supongo que
tiene razón. Pero no me importa. Quizás
sea ese ser anodino a lo que hago referencia. Ya sé que no me explico bien. Son
cuadros que están terminados pero que no lo parecen. Son cuadros que presentan
todos los indicios de hacia donde es posible que se perfilen, sin que lleguen a hacerlo. El espectador
tiene un poder activo pues hará crecer el cuadro en su imaginación en la
dirección que crea conveniente. Así Kike
decía ayer que le faltaba un poquito de rojo en el cielo. Otra persona puede
que encuentre a faltar algo más de contraste y una tercera quizás le gustara
ver una figura en el límite del mar. Todos tendrán razón. El cuadro es un campo
de posibilidades. ¿Por qué no puede ser eso?
No es fácil dejar un cuadro justo en ese
punto.
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