jueves, 9 de enero de 2014

peripatético

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No se me escapa que de manera bastante peripatética llevo un par de post – y este será el tercero- tratando de justificar mi actividad como pintor con este asunto de la confianza. Y  me estoy poniendo muy pesado  así que voy a ver si redondeo el argumento y  acabo de una vez por todas. 
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Tampoco se me escapa  que estoy abusando de las palabras lo que, tratándose de la Pintura, ocurre en cuanto escribes algo más que el  título de la obra. Es decir: los cuadros han de hablar por sí mismos y si no lo hacen, por mucho que  se deje constancia de las intenciones  que supuestamente los sostienen, no se consigue nada. Salvo quedar en evidencia.



Entonces... ¿a qué viene insistir? 
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Pues a que soy muy pesado.
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Tan  simple como eso. Soy de las personas a las que les gusta el sonido de su propia voz, o en su defecto, seguir la secuencia de sus ocurrencias y ver  qué pasa. Las ocurrencias son como anzuelos del pensamiento: a veces sale un buen pez y las más una bota vieja; pero siempre es divertido tirar del hilo . Entiendo que mirar no lo sea tanto así que no tienes porqué quedarte. Siempre aviso.
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Ya me centro.  Le doy vueltas a esto de la confianza porque me parece una cuestión muy  importante hoy en día. No voy a hablar de la crisis, tranquilidad- aunque podría. Voy a centrarme en lo que significa para mí ser pintor en la actualidad y en porqué es necesaria la confianza para seguirlo siendo. La razón es evidente: la pintura ahora no interesa. Es un lenguaje agotado, requetetransitado, exprimido, cumplido y finiquitado.
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Sin embargo está vivo ¡oh!  Puede que no para tantos como lo estuvo en otros momentos de la historia, pero desde luego para muchos - ¿los suficientes? – con la misma intensidad de siempre, si no más aún. 
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¿El motivo? El de siempre también; no puede haber otro. La pintura permite una complicidad total entre el alma (perdón) del pintor y la del espectador. No es sólo que no necesite de intermediarios ni de soporte mediático que diluya la intención del autor, es que ni siquiera necesita del lenguaje, o las ideas. La comunicación es rotunda, visceral, profundísima. ... y permanente. 
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La gasolina que anima el motor de esa comunicación es la confianza que los pintores puedan tener en lo que hacen. En primer lugar en comunicarse consigo mismos, y, luego, si tienen suerte, con los demás.



Ocurre que en estos tiempos en que la pintura ya hace tiempo que alcanzó su zénit, en los que sus recursos expresivos parecen haberse agotado, en los que los movimientos y las ideas utilizan otros lenguajes que llegan a mucha más gente... los pintores han de tener aun más confianza que nunca en sí mismos para sacar adelante una obra que está por hacer – no nos olvidemos de este detalle- y que nadie aguarda. Sólo ellos. Sólo.
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Si no se  tiene confianza por arrobas es imposible  dar un paso adelante y no digamos fuera del estudio.



Por eso la confianza se constituye en un fin más que en un medio, La finalidad de la pintura es tener confianza en sí misma y si la tiene la entrega a quien la contempla. ¿No es curioso que sea confianza lo que más necesitamos actualmente? El milagro de la supervivencia de la pintura es justamente creer en sí misma, que es también lo que nos va a salvar a todos. (Pero eso es un efecto colateral. Gracioso, sí; pero ya)

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Y por último: (lo juro: por último) a todos los lenguajes expresivos cuando llegan a su paroxismo final les da por mirarse el ombligo y hacer de sí mismos el tema principal de reflexión y trabajo. Es lo  normal después de todo  lo propuesto sin haber  conseguido nada definitivo – la salvación por ejemplo- Tan sólo  meneos en horizontal. Es entonces cuando el lenguaje se pregunta qué ha fallado, qué ha hecho mal y  se cuestiona a sí mismo hasta los cimientos. Necesita recuperar la confianza en sí mismo, pero de forma literal en sí mismo. No le vale ser vehículo de ideas o escuelas, tendencias ni “ismos”. Está felizmente desencantado y paradójicamente listo para alumbrar su mejor momento... confío.
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Por último -vaya: ¡no tengo palabra!- Los pintores actuales necesitamos una dosis extra de confianza porque ninguno sabemos pintar. Lo hemos tenido que gestionar sobre la marcha. Es normal: a estas alturas en ningún sitio serio te pueden enseñar el oficio. ¿Enseñarte a  pintar como quien? ¿Como los flamencos, como los híper-realistas, como los pop, como los prerrafaelitas, como los pintores de las cavernas...? Cada movimiento, escuela o periodo artístico ha desarrollado una técnica que estaba fundamentada en su idea y concepto del mundo al cual se adaptaba como un guante. Llegados a este punto final de la historia si alguna escuela se postula tendrá que ser en otro ámbito; la animación en 3D o qué se yo. El caso es que los pintores, solos, solitos como ya he dicho, tienen que  desarrollar su propia técnica al tiempo que se aplican en descubrirse a sí mismos y qué quieren o tienen que contar. La mayoría no tenemos ni idea. Afortunadamente. Por eso pintar es una cuestión de absoluta confianza. Me crees, ¿verdad?
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