El domingo de la semana pasada me
levanté bien temprano y me fui a la Casa de Campo a coger flores. La cosa no es tan bucólica como parece porque
la noche anterior había trasnochado y...todo lo demás… y mi cuerpo no estaba
para dar saltitos; pero no quedaba más remedio que esforzarse porque mi querido
amigo Adrián iba a cumplir años y quería hacerle un regalo que no le pusiera en
un compromiso. No le gusta que gastemos dinero en agasajarle. Por
otra parte tampoco tengo un duro así que lo que hay es lo que hay y un ramo de
flores silvestres es gratis.
Naturalmente que para coger flores no hace falta madrugar...pero
entonces no has de sorprenderte si al llegar a casa el fruto de la cosecha está lacio y
moribundo. Además, cuando salgo a por flores lo hago a lo grande: me llevo un
cubo con agua y voy sumergiendo los tallos para que no noten el cambio. Si no
se hace de esta forma las caprichosas amapolas- mis favoritas- no aguantan ni un asalto por más que la mañana esté aún fresca. Sé que hay otros trucos pero el cubo es el que más me agrada pese a los inconvenientes. A las flores también les viene bien porque las amapolas y todas las demás pasan del capullo a la semilla tan contentas frente a mi caballete, ofreciendome su belleza para que las pinte
.
Porque en
cuanto llego a casa se me olvida la intención de hacer un ramo con ellas y lo
que quiero es pintarlas así, tal cual, sin ni siquiera ordenarlas o colocarlas
un poco. ¿Para qué? La belleza natural de las flores – ni la de nada- necesita de artificios. Lo que resulta un alivio. No estoy en contra de los arreglos
florales ni del Ikebana ni nada de eso, pero lo que yo quiero es poder
agradecer a las cosas tal cual son. Ya me parece bastante complicación madrugar
un domingo con resaca para salir de casa haciendo equilibrios con un cubo y traerlo de vuelta hora y media más tarde con
las narices hinchadas por la alergia, cuando si fuera coherente, podría
igualmente honrar la belleza natural de las cosas pintando...¿qué se yo?... lo
primero que viera al despertar... Pero dejémoslo. ¿Quién es tan coherente? En
cualquier caso todo se andará. No renuncio; pero poco a poco. De momento pese a
las incomodidades las flores me lo ponen fácil....
.
...Relativamente. ¿Has intentado pintar una flor? ¿Y
un montón de ellas? ¿Y sus tallos y hojas, entrelazándose entre sí y mezclándose
unas con otras? No es sencillo pero si consigues hacerlo fácil la sensación es
maravillosa. El otro día leí en el estupendo “De qué hablo cuando hablo de
correr” de Murakami, que el autor decía de sí mismo que pertenece a ese tipo de
personas que hasta que no ha puesto su pensamiento por escrito no sabe lo que
piensa ( o siente) acerca de las cosas.
A mí me ocurre algo semejante con el acto de mirar. (Mi pensamiento es
tan liviano que se me va olvidando a medida que lo anoto). Hasta que no pinto
algo no puedo decir realmente que lo he visto o al menos que lo he intentado
porque... ¿de verdad te has parado a mirar detenidamente una flor?... La vista
no alcanza, ¿verdad?
.
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