
.
Porque en
cuanto llego a casa se me olvida la intención de hacer un ramo con ellas y lo
que quiero es pintarlas así, tal cual, sin ni siquiera ordenarlas o colocarlas
un poco. ¿Para qué? La belleza natural de las flores – ni la de nada- necesita de artificios. Lo que resulta un alivio. No estoy en contra de los arreglos
florales ni del Ikebana ni nada de eso, pero lo que yo quiero es poder
agradecer a las cosas tal cual son. Ya me parece bastante complicación madrugar
un domingo con resaca para salir de casa haciendo equilibrios con un cubo y traerlo de vuelta hora y media más tarde con
las narices hinchadas por la alergia, cuando si fuera coherente, podría
igualmente honrar la belleza natural de las cosas pintando...¿qué se yo?... lo
primero que viera al despertar... Pero dejémoslo. ¿Quién es tan coherente? En
cualquier caso todo se andará. No renuncio; pero poco a poco. De momento pese a
las incomodidades las flores me lo ponen fácil....
.
...Relativamente. ¿Has intentado pintar una flor? ¿Y
un montón de ellas? ¿Y sus tallos y hojas, entrelazándose entre sí y mezclándose
unas con otras? No es sencillo pero si consigues hacerlo fácil la sensación es
maravillosa. El otro día leí en el estupendo “De qué hablo cuando hablo de
correr” de Murakami, que el autor decía de sí mismo que pertenece a ese tipo de
personas que hasta que no ha puesto su pensamiento por escrito no sabe lo que
piensa ( o siente) acerca de las cosas.
A mí me ocurre algo semejante con el acto de mirar. (Mi pensamiento es
tan liviano que se me va olvidando a medida que lo anoto). Hasta que no pinto
algo no puedo decir realmente que lo he visto o al menos que lo he intentado
porque... ¿de verdad te has parado a mirar detenidamente una flor?... La vista
no alcanza, ¿verdad?
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario