martes, 13 de mayo de 2014

kakemonos dos de cinco

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 Como conté en el post de ayer, la semana pasada  la pasé entera pintando las flores que había recogido en la Casa de Campo para hacer con ellas un ramo y tener algo que regalar a un amigo por su cumpleaños. Al final no  hice el ramo porque me quedé con las flores para pintarlas pero le dedico esta serie de cinco entregas del blog  y espero que  con esto vea que me he acordado de él y que le aprecio. Supongo que de eso se trata...espero. 

 

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En fin, que madrugué para ir a por las flores y me traje un cubo lleno. Pero eso ya lo he contado. Esta primavera han brotado por todas partes y de forma espectacular unas de color malva, con cinco pétalos rayados que se rematan en una graciosa curva hacia dentro. No sé cómo se llaman. La verdad es que no se cómo se llama casi ninguna, salvo las margaritas, el diente de león, por supuesto las amapolas y poco más.  Muchas veces pienso mientras paseo que debería aplicarme e investigar un mínimo  para no resultar tan cateto. ¿Qué menos que conocer el nombre de lo que pintas? Además resulta sorprendente y  divertido comprobar en la mayoría de los casos la severidad de la  correspondencia entre el nombre y la imagen – hypomea, arguilacho, aquilegia...-  o por el contrario enternecedor cuando se ha trasvasado el término al lenguaje común – celindas, siemprevivas, nomeolvides- mi nombre favorito es el de avena loca.. ¿A quien se le ocurriría y porqué?


De todas formas cuando regreso a casa se me olvidad los propósitos y cuando me pongo a pintar las flores casi me da exactamente igual no saber cómo se llaman porque para mí no son más que vida pura en formas y colores. Una imagen abstracta con la que me quiero entender.





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