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Como conté en el post de ayer, la semana pasada la pasé entera pintando las flores que había recogido en la Casa de Campo para hacer con ellas un ramo y tener algo que regalar a un amigo por su cumpleaños. Al final no hice el ramo porque me quedé con las flores para pintarlas pero le dedico esta serie de cinco entregas del blog y espero que con esto vea que me he acordado de él y que le aprecio. Supongo que de eso se trata...espero.
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En
fin, que madrugué para ir a por las flores y me traje un cubo lleno. Pero eso
ya lo he contado. Esta primavera han brotado por todas partes y de forma
espectacular unas de color malva, con cinco pétalos rayados que se rematan en
una graciosa curva hacia dentro. No sé cómo se llaman. La verdad es que no se
cómo se llama casi ninguna, salvo las margaritas, el diente de león, por
supuesto las amapolas y poco más. Muchas
veces pienso mientras paseo que debería aplicarme e investigar un mínimo para no resultar tan cateto. ¿Qué menos que
conocer el nombre de lo que pintas? Además resulta sorprendente y divertido comprobar en la mayoría de los
casos la severidad de la correspondencia
entre el nombre y la imagen – hypomea, arguilacho, aquilegia...- o por el contrario enternecedor cuando se ha
trasvasado el término al lenguaje común – celindas, siemprevivas, nomeolvides-
mi nombre favorito es el de avena loca.. ¿A quien se le ocurriría y porqué?
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