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En la cabeza está todo. Guardado
en las estanterías de la memoria se encuentra
lo que uno quiera. Especialmente si tiene suficiente paciencia para
buscar, pues nuestra memoria es un sistema de almacenaje caprichoso, disperso y
... ¿porqué no decirlo? también bastante creativo. De tal forma que
cuando no encuentra lo que echa en falta, ensambla piezas
dispersas para crear con ellas un sentido nuevo, que da la casualidad de ser justo el que buscaba.
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En estos días estoy elaborando un
archivo con mis trabajos. Casi todos los guardo en carpetas dentro del
ordenador; en un contenedor al que puse el nombre de “gran saco con
todo”. Es fácil suponer que mi actitud al meter las cosas en un saco era la
de perder el mínimo tiempo posible en seguir alocadamente hacia adelante. Las
personas ordenadas comprenden que archivar adecuadamente el pasado permite entrar
más ligero en el futuro. Pero las personas ordenadas tienen una característica
o cualidad que yo no he cultivado: la de dejar atrás.
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A mi esto no me ocurre.
Especialmente con los trabajos que realizo, quizás por la naturaleza intríseca
de los mismos. Es difícil dar por terminado un cuadro. Con el tiempo y la
experiencia he adquirido algunas mañas para convencerme de que debo pasar a
otra cosa.
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El que considera que va a tener
que archivar lo que va haciendo, en previsión construye estánterías
adecuadas. Allí irá colocando como trofeos sus trabajos terminados. Los que somos tipo cigarra vamos echando en un saco aquello que abandonamos para que se
junte con todo lo demás, a ver si así,
como en los buenos guisos, la mezcla y el tiempo concluyen lo que por sí mismo
uno no pudo.
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La memoria juega en esto un papel
protagonista. La memoria organiza y discrimina. Nos asalta y nos impone criterios que son suyos. Me he puesto a organizar mi saco y de mi memoria han salido estas imágenes que había pasado por alto. Pertenecen a un grupo de dibujos que realicé hace tiempo en un cuaderno de los que suelo llevar encima. Son personas reales. Eso creo. Para llevarlos a cabo tomé de los modelos unas pocas notas en forma de trazos sueltos y esbozados y luego, tranquílamente, con ayuda de la memoria fuí obteniendo trazo a trazo el rostro que recordaba. Se trataba de un juego, de una partida entre mi memoria y yo... para que ganásemos los dos. Espero.
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