No sé cuando florecen las anémonas,
aunque tienen pinta de ser flores de entretiempo, Se que son las flores
preferidas de mi amiga Lola porque se las regaló su padre para señalar una
ocasión especial y desde entonces, en cada aniversario de aquel acontecimiento
se las hacía llegar estuviera donde estuviese. Soy impreciso no por discreción
sino porque sólo retengo las cosas que me afectan muy directamente y estas, aún
así, con esfuerzo. Por eso no me acuerdo de si hubo alguna razón especial por la que las flores elegidas fueran
anémonas y no rododendros o aquinesias que también tienen un nombre igual de eufónico;
ni de cuál fue la naturaleza de dicha ocasión. Sí que me acuerdo en cambio de que
la primera vez que Lola fue invitada a cenar a casa de mi amigo Adrián se
presentó con un ramo de anémonas y me dejó en mal lugar porque yo me presento
siempre con las manos vacías. Debe ser porque creo que con mi presencia ya es
suficiente. Incluso quizás demasiado... Bueno el caso es que llegó con un
bonito ramo de flores y me hizo quedar personalmente mal. Por eso me acuerdo,
claro.
La cosa es que al día siguiente Adrián tenía
que salir de viaje (para variar) y como le daba pena dejar marchitar el ramo
sin que nadie lo disfrutara me lo hizo llegar a mí que después de todo era
quien le había presentado a Lola.”¡Pues mira qué bien!” pensé yo, con el
símbolo de mi falta social en el salón. Por si fuera poco el ramo no me gustaba. El rosa y
el blanco creo que es la combinación más ñoña que cabe imaginar y además lo habían organizado en una ridícula forma de “bola” de lo más cuca, a juego con la gama
cromática. En fin...
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Pero lo bueno estaba por llegar porque de
forma sorprendente (yo no sabía nada de
anémonas) los tallos de las flores empezaron a estirarse y a buscar su lugar
fuera de la ridícula bolita. Y así estuvieron, bailando en el aire mientras las
pintaba, como si estuvieran jugando conmigo al escondite inglés. Por eso las
pinté tres veces. ¡Qué remedio!
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