Domingo 24 de noviembre, 9.15 de la
mañana. Entra el sol a cascoporro en el
cuarto. He bajado las persianas y corrido las cortinas para provocar la aparición de caprichosos dibujitos
con rayas de luz. Es tarde para lo que
acostumbro a despertarme y pronto para ser domingo. Me estoy acostumbrando a
levantarme de la cama sin ganas. Necesitaría descansar aún más pero no sé de
qué. Para hoy me gustaría empezar a
fotografiar los kakemonos de flores. La luz en el estudio es inmejorable. Por
la tarde retomaré el blog y espero adelantar lo suficiente. Nos espera una
semana de mucho curro con la obra de teatro.
Se acerca Benita a rondar a Curra que
está echada a mi lado y obtiene de ella unos contundentes lametones. A medida
que escribo mi tono vital va subiendo. Me imagino una iguana sobre una roca
absorbiendo calor. Yo sorbo café; por cierto: se me ha terminado. Si me preparo
otro voy a deshacer el cuadro...
.
Me hice otro y sí: el cuadro se rompió.
Pero al volver de la cocina me he encontrado con otro distinto y... ¿mejor?
Benita se ha retrepado a lo alto del sillón de la esquina y mira distraída por
la ventana. Su pardo pelaje contrasta sobre manera con los alegres colores de
la manta que tejió mi madre y que ahora hace de tapicería. ¡Pero cambia de
opinión! De un salto se baja del respaldo y se viene de nuevo con nosotros.
Ahora está lindamente colocada en una esquina del sofá, con sus cuatro patas
muy juntitas recogidas con la cola. Aprovecho que tengo el móvil a mano para
sacarle una foto pero no me queda bien. Una lástima.
.
Mientras saco fotos a la gata por toda
la habitación en calma, con la taza de café humeando y las rayitas de luz solar
jugando por los rincones me doy cuenta que soy feliz. Soy feliz con todo esto
que es bastante sencillito... ¿o no lo es? Yo creo que sí y que cada cual a su
manera se las apaña para procurarse momentos como este...supongo, espero...
todos lo hacemos, ¿no?
.
Este tipo de experiencias son las que
llevaría a mi trabajo si supiera cómo hacerlo.
.
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