Todo mi trabajo se fundamenta en una creencia
que dice más o menos que el mundo, la vida, es fascinante sin necesidad de
recurrir a grandes emociones, grandes horizontes ni grandes nada. Hay una frase de Santa Teresa que lo expresa
muy bien: “Dios anda entre los pucheros”. Me parece que a todos nos conviene
estar de acuerdo con esto porque el mayor porcentaje de nuestras vidas se
desarrolla en la más absoluta normalidad así que más nos vale aprender a
disfrutar de esto en lugar de aguardar o buscar algo distinto. Tampoco está mal
tener aspiraciones. Supongo que es cuestión de autocontrol. Naturalmente que
todos aspiramos al éxtasis permanente y resulta un poco rebuscado mirar de
conseguirlo en lo que la costumbre nos ofrece sin reservas; esto es: en los pucheros.
Pero es así. Tengo la ventaja de que soy prácticamente incapaz de buscarme la
vida de modo que tengo que desarrollar un sentido extra para conformarme con lo que
me toca. Hay personas que serán felices navegando en su velero o saltando en
paracaídas. Yo no: yo aspiro a disfrutar a tope, salvajemente, de unas
zapatillas de felpa o, como mucho, de un paseo por lugares conocidos. Para ello
además de ponerme las zapatillas y de seguir prácticamente a diario la misma
ruta; pinto y dibujo como buenamente puedo eso mismo que se me pone tan a mano.
Y sí: mi creencia está justificada.
flores de cerezo en kakemono. (detalle) |
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