viernes, 11 de octubre de 2013

cuento

 
 

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 Para este post sí que estaría plenamente justificado empezar con un “Hace muchos años”  y sin embargo encuentro que tengo la fórmula agotada y  tengo que recurrir a otro comienzo menos trillado. Mala suerte. El caso es que tampoco hace muchos años de lo que voy a contar. Ocurre  que los hechos que prestaron el argumento al cuadro tienen un aroma de cuento  que no  supe, ni quise, evitar. Por desgracia para este blog la historia  está comprometida con mi prima Ana, que lleva años diciendo que la quiere transcribir; así que moralmente los “derechos de autor” tienen dueño y no me queda otro remedio que respetarlo. Espero que el día que por fin  quede liberada de tantas obligaciones como maneja en la actualidad encuentre tiempo para sentarse con Itziar, Garbiñe y Nekane y entre todas pongan en limpio la saga que estas tres hermanas atesoran con sus vidas. Yo estaré contentísimo de ilustrar lo que me digan.
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Este es el último post, por el momento, que dedico a los magnolios. Garbiñe, Nekane e Itziar viven en un lugar en el que abundan estos árboles. No son los magnolios que acostumbramos a tener aquí, en la seca España, si no otra variedad que pierde las hojas en invierno y que antes de vestirse de nuevo en primavera, florece de manera exuberante y  con un vestido de corolas blancas, enormes y  de apariencia caprichosa porque  los grandes pétalos  se  orientan en direcciones imprevisibles. No hay dos flores iguales. El efecto es el de una  precisa coreografía en la que hubiera tantas  primeras bailarinas como flores.
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El caso es que estos arbolitos suelen ser pequeños. Todo su esplendor queda a la altura de la vista. Por eso  quedé tan pasmado cuando me topé al girar una esquina con un ejemplar de quince metros...en flor.



Por aquél entonces había recibido de las tres hermanas el encargo de pintar para su casa un cuadro a mi entera libertad. Lo único que me pidieron fue que tuviera en cuenta  la pared donde lo querían colocar, que resultó ser la pared central de su cuarto de estar: el lugar donde pasan más horas; así que me parecía todo un honor pero también  una gran responsabilidad. En mi cabeza se formaban conjeturas una  tras otra acerca del tema para el cuadro. Aunque siempre acababa en algún detalle o anécdota de la biografía familiar. Pero... ¿les gustaría a ellas verse reflejadas a todas horas? Además son personas muy discretas. Algo me advertía que podían sentirse incómodas si las elegía como tema central del cuadro. Y con razón. Hubiera sido un exceso de confianza por mi parte. Pero yo quería hacer algo para ellas... Quería que de alguna manera estuvieran reflejadas en la pintura sin ser demasiado narrativo o explícito. Y no se me ocurría nada. Me habían dado toda la libertad del mundo y no sabía qué hacer con ella.


 

Cuando me topé con el gran magnolio fue una doble revelación. Por un lado me quedé aturdido por la belleza enormemente generosa del árbol. Y por otro  tuve claro, por fin, qué hacer en la pintura.



1 comentario:

Alice dijo...

...ohhhh... creaste magia!