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Para
este post sí que estaría plenamente justificado
empezar con un “Hace muchos años” y sin
embargo encuentro que tengo la fórmula agotada y tengo que recurrir a otro
comienzo menos trillado. Mala suerte. El caso es que tampoco hace muchos años de lo
que voy a contar. Ocurre que los hechos que prestaron el argumento al cuadro tienen un aroma de cuento que
no supe, ni quise, evitar. Por
desgracia para este blog la historia está comprometida con mi prima Ana, que lleva
años diciendo que la quiere transcribir; así que moralmente los “derechos de
autor” tienen dueño y no me queda otro remedio que respetarlo. Espero que el
día que por fin quede liberada de tantas obligaciones como maneja en la
actualidad encuentre tiempo para sentarse con Itziar, Garbiñe y Nekane y entre todas pongan
en limpio la saga que estas tres hermanas atesoran con sus vidas. Yo estaré
contentísimo de ilustrar lo que me digan.
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Este es
el último post, por el momento, que dedico a los magnolios. Garbiñe, Nekane e
Itziar viven en un lugar en el que abundan estos árboles. No son los magnolios que acostumbramos a tener aquí, en la seca España, si no
otra variedad que pierde las hojas en invierno y que antes de vestirse de nuevo
en primavera, florece de manera exuberante y con un vestido de corolas blancas, enormes y de apariencia caprichosa porque los
grandes pétalos se orientan en
direcciones imprevisibles. No hay dos flores iguales. El efecto es el de una precisa coreografía
en la que hubiera tantas primeras bailarinas
como flores.
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El caso
es que estos arbolitos suelen ser pequeños. Todo su esplendor queda a la
altura de la vista. Por eso quedé tan
pasmado cuando me topé al girar una esquina con un ejemplar de quince
metros...en flor.
Por aquél entonces había recibido de las tres
hermanas el encargo de pintar para su casa un cuadro a mi entera libertad. Lo único
que me pidieron fue que tuviera en cuenta la pared donde lo querían colocar, que resultó
ser la pared central de su cuarto de estar: el lugar donde pasan más horas; así
que me parecía todo un honor pero también una gran responsabilidad. En mi cabeza se
formaban conjeturas una tras otra acerca
del tema para el cuadro. Aunque siempre acababa en algún detalle o anécdota de
la biografía familiar. Pero... ¿les gustaría a ellas verse reflejadas a todas
horas? Además son personas muy discretas. Algo me advertía que podían sentirse
incómodas si las elegía como tema central del cuadro. Y con razón. Hubiera sido
un exceso de confianza por mi parte. Pero yo quería hacer algo para ellas... Quería que de alguna
manera estuvieran reflejadas en la pintura sin ser demasiado narrativo o
explícito. Y no se me ocurría nada. Me habían dado toda la libertad del mundo y
no sabía qué hacer con ella.
Cuando
me topé con el gran magnolio fue una doble revelación. Por un lado me quedé
aturdido por la belleza enormemente generosa del árbol. Y por otro tuve claro, por fin, qué hacer en la pintura.
1 comentario:
...ohhhh... creaste magia!
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