La entrada al Jardín Botánico es uno de
esos sitios en los que la Belleza te aguarda emboscada para lanzarte un
puñetazo directo en toda la cara.
No sé si has estado allí pero seguro
que sabes de lo que te hablo porque todos hemos experimentado en algún momento
u otro, en algún lugar u otro, esa sensación.
Te quedas sin respiración y afortunadamente
también sin palabras. A cambio tu corazón se expande de alegría y sientes paz y
sobre todo gratitud.
La Belleza es absolutamente necesaria
para la existencia porque sin ella el
Mundo se hunde en el sinsentido.
Puede presentarse en forma de apoteosis
sobre el mar o en el arco de una pestaña. Da igual, es siempre irrefutable.
Entrando en el Jardín Botánico (de
Madrid, por cierto) un día de principios de Marzo será posible que te asalte en
forma de nube blanca que al primer momento no sabrás identificar. Luego
sí, luego, ya un poco repuesto del
primer golpe, te das cuenta de que sólo se trata de un árbol; un arbolito
desnudo de hojas y cubierto de flores: un magnolio blanco.
Las mañanas de Marzo en Madrid son aún
muy frescas, incluso puede que decididamente frías así que el primer impulso
que uno tiene es el de querer acercarse al arbolito para arroparlo. Aunque sea
con el aliento. Sorprende que esas delicadísimas flores puedan enfrentar de
forma así, tan galante, la inclemencia.
Pero estas flores están contentas,
están alegres como en un patio de colegio; incluso parece que bailan arriba y
abajo por todo el árbol. Están protegidas por la Belleza, no hay duda, y no
necesitan de más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario