La soledad y el aburrimiento han
sido compañías que desde la infancia han troquelado mi vida. Durante años renegé de ellas,
sin embargo con el tiempo he aprendido a aceptar su fidelidad y atesorar
lo que traían consigo pues se trata de algo…sagrado.
Pero de niño eran una carga. Además de su propio peso,
se le añadía el hecho de estar seguro de que era algo que me ocurría sólo a mí
y por tanto castigo de alguna falta que
no podía comprender. Me desarmaba. Debía de pensar – de sentir, porque a esas
edades no se piensa; se siente a lo
bestia y punto – que era mi condición singular: ser un paria.
En mi mundo los otros niños nunca
estaban solos: siempre acompañados y haciendo cosas divertidas o por lo menos
que a ellos sí les divertían. Mi
imaginación no tenía capacidad para representármelos fuera de la pantalla que
proyectaban mis propios ojos y claro,
cuando estaba con ellos, no estaban
solos.
Ocurría además que cuando podía formar parte de los juegos y la
vida de los demás… ¡era todavía peor! Me
hace gracia darme cuenta de lo sensible que he sido siempre a la estupidez – a mi
entender estupidez - Esa sensibilidad me hacía imposible participar en los roles de
cabecillas y acólitos que se repartían en las pandillas y en la competitividad feroz y constante para
mantener un puesto en el escalafón. Tampoco transigir con la zafia brutalidad que daba el poder y el control a los
más imbéciles. Estar solo era malo pero
al menos sabía a qué atenerme. Estar en
compañía era un campo de minas.
Esto me hace considerar si después de todo, estar solo no era algo
elegido. Otras personas, otros “hijos
únicos” no tienen la piel tan fina. Desde luego el estar solo no era algo
buscado: yo hubiera dado “lo que fuera”
por no estarlo, sin embargo llegado el momento de pagar el precio de la
compañía no podía o no sabía hacerlo.
La consecuencia más directa de la
soledad no era el abandono sino el aburrimiento que tantas veces trae de su mano. Aunque si bien casi todo era soledad, no todo era aburrimiento. Por suerte o desgracia, las personas adultas que me rodeaban no tenían
recursos o visión para estimular a un niño, así que más o menos crecí
abandonado a mis propias aptitudes para entretenerme y descubrí que tras el intenso vacío del aburrimiento siempre encontramos una opción aunque sea desesperada.
Una opción que nos pasaría desapercibida o
nada deseable en otro contexto. De ese modo
empecé a curtirme desde muy niño en tres de las cosas que aún hoy más me gusta hacer: leer, pintar y perderme.
Para las tres es necesaria la soledad. Gracias a lo que descubro con ellas el vacío
no sólo se llena sino que se colma y desborda de alegría.
Gracias a la soledad y al aburrimiento
aprendí a poner en valor - como se le llama ahora a “disfrutar”- mi vida, o La Vida, sin adornos, florituras
ni experiencias especiales. Aún hoy sigo
sin encontrarle el “aquél” a las fiestas programadas, los deportes extremos y
las competiciones; el trabajo en equipo
y cualquier reunión en la que no pueda decir “me voy” en cuanto me dé la gana.(
a veces lo digo cuando mejor me lo estoy pasando) En definitiva: soy lo que se
dice “un bicho raro”
A los siete años encontré por fin
un amigo pero a los catorce se lo llevaron. Luego conseguí un lugar propio entre un grupo de gente excepcional con
la que atravesamos la adolescencia y que me dieron confianza para dirigirme
hacia una dedicación para la que no me consideraba en absoluto meritorio:
“artista” pues… ¿qué iba yo a pintar si
desde que tenía amigos se me había olvidado cómo se cogía un lápiz?
Supongo que la voz de la
intuición es más fuerte para quien como yo, ha crecido entre tanto silencio así que decidí hacerle caso. De todas formas no había nada “razonable” que
me atrajera.
Debo de haber acertado porque me
considero bastante feliz.
Aunque no he dejado de buscar la forma correcta de coger el lápiz.
Al final – si por “final”
consideramos el momento presente, o sea: este – creo que no me he apartado
mucho del origen: soledad y aburrimiento. Sólo que ahora no reniego de ellos.
Son mis amigos. Evitan que me distraiga tontamente y me señalan el camino donde
encontrar la radical Belleza por el que avanzo a su encuentro, eso sí, a tropezones.
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1 comentario:
Buuuffff, con un mínimo de linea un todo de expresividad.
Grande, que volumen y delicadeza a la vez.
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