lunes, 2 de septiembre de 2013

la forma correcta de coger el lápiz





La soledad y el aburrimiento han sido compañías que desde la infancia han troquelado mi vida.   Durante años  renegé de ellas, sin embargo con el tiempo he aprendido a aceptar su fidelidad y  atesorar lo que traían consigo pues se trata de algo…sagrado.



  
Pero de niño eran una carga.  Además de su propio  peso,  se le añadía el hecho de estar seguro de que era algo que me ocurría sólo a mí y por tanto castigo  de alguna falta que no podía comprender.  Me desarmaba.  Debía de pensar – de sentir, porque a esas edades no se piensa;  se siente a lo bestia y punto – que era mi condición singular: ser un paria.




En mi mundo los otros niños nunca estaban solos: siempre acompañados y haciendo cosas divertidas o por lo menos que a ellos sí les divertían.  Mi imaginación no tenía capacidad para representármelos fuera de la pantalla que proyectaban mis propios ojos  y claro, cuando estaba con ellos,  no estaban solos.




Ocurría además que  cuando podía formar parte de los juegos y la vida de los demás… ¡era todavía peor!  Me hace gracia darme cuenta de lo sensible que he sido siempre a la estupidez – a mi entender estupidez -  Esa sensibilidad me  hacía imposible participar en  los roles de cabecillas y acólitos que se repartían en las pandillas y en  la competitividad feroz y constante para mantener un puesto en el escalafón.  Tampoco transigir con la zafia brutalidad que daba el poder y el control a los más imbéciles.  Estar solo era malo pero al menos sabía a qué atenerme.  Estar en compañía era un campo de minas.


  

  Esto me hace considerar si después de todo, estar solo no era algo elegido. Otras personas,  otros “hijos únicos” no tienen la piel tan fina. Desde luego el estar solo no era algo buscado:  yo hubiera dado “lo que fuera” por no estarlo,  sin embargo  llegado el momento de pagar el precio de la compañía no podía o no sabía hacerlo.




La consecuencia más directa de la soledad no era el abandono sino el aburrimiento que tantas veces  trae  de su mano.  Aunque si bien casi todo era soledad,  no todo era aburrimiento.  Por suerte o desgracia,  las personas adultas que me rodeaban no tenían recursos o visión para estimular a un niño, así que más o menos crecí abandonado a mis propias aptitudes para entretenerme y  descubrí que tras el intenso vacío del  aburrimiento siempre encontramos  una opción aunque sea  desesperada.



 Una opción que nos pasaría desapercibida o nada deseable en otro contexto.  De ese modo empecé a curtirme desde muy niño en tres de las cosas  que aún hoy más  me gusta hacer: leer, pintar  y perderme.  Para las tres es necesaria la soledad.  Gracias a lo que descubro con ellas el vacío no sólo se llena sino que se colma y desborda de alegría.





Gracias a la soledad y al aburrimiento aprendí a poner en valor - como se le llama  ahora a “disfrutar”-  mi vida, o La Vida, sin adornos, florituras ni experiencias especiales.  Aún hoy sigo sin encontrarle el “aquél” a las fiestas programadas, los deportes extremos y las competiciones;  el trabajo en equipo y cualquier reunión en la que no pueda decir “me voy” en cuanto me dé la gana.( a veces lo digo cuando mejor me lo estoy pasando) En definitiva: soy lo que se dice “un bicho raro”




A los siete años encontré por fin un amigo pero a los catorce se lo llevaron. Luego conseguí un lugar  propio entre un grupo de gente excepcional con la que atravesamos la adolescencia y que me dieron confianza para dirigirme hacia una dedicación para la que no me consideraba en absoluto meritorio: “artista” pues…  ¿qué iba yo a pintar si desde que tenía amigos se me había olvidado cómo se cogía un lápiz?




Supongo que la voz de la intuición es más fuerte para quien como yo, ha crecido entre tanto  silencio así que decidí hacerle caso.  De todas formas no había nada “razonable” que me atrajera.




Debo de haber acertado porque me considero bastante feliz.




Aunque no he dejado de buscar  la forma correcta de coger el lápiz.




Al final – si por “final” consideramos el momento presente, o sea: este – creo que no me he apartado mucho del origen: soledad y aburrimiento. Sólo que ahora no reniego de ellos. Son mis amigos. Evitan que me distraiga tontamente y me señalan el camino donde encontrar la radical Belleza por el que avanzo a su encuentro, eso sí,  a tropezones.












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1 comentario:

Carlos León Sancha dijo...

Buuuffff, con un mínimo de linea un todo de expresividad.

Grande, que volumen y delicadeza a la vez.