domingo, 8 de diciembre de 2013

apología del tulipán color naranja






A estas alturas del blog ustedes tendrán la idea de que me considero muy gracioso y estarán en lo cierto. Me hago mucha gracia a mí mismo y se me nota ¿qué le vamos a hacer?  A nadie le pido que se ría con mis chistes. Es más: no me importa que se rían de mí. No conmigo, sino de mí. Abiertamente, No me importa. Como a mí también me pasa  y ya que lo van a hacer de todas formas, prefiero que se haga en franca y abierta camaradería. En correspondencia yo me  río mucho, muchísimo de los demás. La gente me sorprende a cada paso. Dicen que la risa se produce cuando hay una ruptura en la lógica prevista y sin embargo no conlleva una amenaza sino un alivio o un desahogo. Puede ser. Supongo entonces que las personas que no tienen sentido del humor es porque no están preparadas para aceptar ninguna salida a  lo pre-establecido. Hay otras personas que por el contrario se mueren de la risa cada vez  que el destino les saca la lengua. Dicen también que la risa es buena para la salud así que supongo que lo que es realmente bueno, aparte de la liberación de nosequé oxitocinas en la sangre, es no estar enrocado en ninguna posición frente a la vida..  Todo esto está muy bien, sobre todo si eres de los que crees que es posible elegir tu forma de ser.




Se preguntarán ustedes qué relación puede tener todo esto con un post que pertenece a un blog de pintura... Me veré entonces  obligado  a remitirles de nuevo al subtítulo de este blog: “Pinturas y desvaríos” ¿recuerdan?  La “reflexión” se ha producido  porque me he visto a mí mismo tratando esforzadamente de que se me ocurriera algo realmente interesante para contar al respecto de las imágenes de hoy  y ...  me ha venido la risa  Lo que no me ha venido ha sido nada interesante, Quizás es que no lo haya. Así que como de costumbre, haré lo que pueda.


Este post se llama “tulipanes color naranja”. El naranja es mi color favorito y los tulipanes la flor, quizás, que más me gusta. No hay que buscar explicación a todas las cosas, sobre todo a las cosas buenas, sencillas y simples porque corremos el riesgo de hincharlas con una pompa que les es ajena y hacerlas explotar de presunción y pedantería... pero es que si no escribo nada me queda el blog sin palabras y parezco un sin substancia que es lo que más miedo me da en este mundo del arte al cual aspiro pertenecer en algún momento, Ya  he dejado escrito  en otro post que se puede uno saltar los textos y me ratifico. Pero yo, escribir, escribo.



Además es que escribir me gusta. Lo confieso. Escribir por escribir sin ningún proyecto ni propósito definido. Encontrar el  cabo suelto de una idea e ir tirando de él a ver si me lleva a algún sitio... Y luego está mi alma de pedante que se complace en utilizar palabras que en la vida normal no tiene ocasión de usar sin que le miren raro pero que aquí, sin embargo, en el silencio de mi cabecita en blanco resuenan con toda propiedad. Sin duda me parece que ya que lo que escribo no tiene mucha enjundia el sonido de palabras impostadas, como oropel por ejemplo, se lo concede.

Ahora que lo pienso… si “tulipán” no sonara tan rotundo a lo mejor no sería mi flor, quizás, favorita. Tengo que  estudiarlo... Entretanto lo que sí que les puedo contar es de donde viene mi predilección por el naranja, porque mientras intentaba encontrar las  buenas razones para escribir este post, me he acordado de la siguiente historia y a lo mejor esto sí que tiene alguna relación con las pinturas. La cosa es como sigue: hace muchos, muchos años, tantos que yo era un niño de primero de básica, me encontraba en clase con la señorita Marita y otros dos o tres mil niños más, todos berreando y agitándose por llamar la atención de la pobre maestra a la que sin embargo no recuerdo nunca una mala cara. La actividad de aquél día consistía en elegir una cartulina de papel charol (un trocito) y ponerlo en el canto de una carpeta junto con nuestro nombre que acabábamos de aprender a escribir. En esa carpetita azul de cartón íbamos a meter nuestros dibujos, deberes y demás tareas. Cuando la buena señorita Marita nos pidió que eligiéramos nuestro color predilecto para distinguir cada carpeta resultó que la mayoría de los niños, yo incluido, elegía el rojo... (Por lo visto es una estadística infalible)  Ocurrió que como yo nunca he tenido un talante muy competitivo, antes de disputar  por un trozo de papel, preferí optar por el color más semejante pero menos escogido: el naranja. Para mi sorpresa, la señorita Marita me premió con una sonrisa, una caricia y un comentario definitivo: “muy bien, Jorge, qué original” ¿Quién puede afirmar el alcance  de aquéllas palabras aunque es tentador sacar conclusiones, la primera sin duda,  es que el  alegre  Ciorán tenía  mucha razón cuando dijo aquello de que “cualquier éxito está basado en un mal entendido”.




Tenemos que saltar muchos años en el tiempo para llegar al casi presente. Hace un par de semanas  publiqué los primeros post con Kakemonos de flores: el “jarrón con lirios” y “las flores de Lola”. Anticipo que vendrán más porque me he sentido muy cómodo con este motivo y en este soporte. Las obras que ahora presento – o la “obra” en singular  - son continuación de aquellas. Después de pintar la copa con anémonas me quedé tan contento con el resultado que decidí continuar probando suerte y elegí pintar para otra tanda de kakemonos a  mis flores favoritas, quizás (qué pesadito con la broma):  tulipanes naranja. 




Me gustan mucho los tulipanes porque aparte de lo eufónico de la palabra, son unas flores muy divertidas, elegantes y sobre todo bellísimas. Al principio están tiesas como palos y severamente cerradas. Uno cree que eso es lo que hay y que  no hay más que rascar, como una persona sin ningún sentido del humor; así que los pone en un vaso o en un jarrón y sale de la habitación. Pero sólo necesitan un poco de confianza y una ventana cerca. Cuando vuelves a la habitación donde los habías dejado te van a causar una sorpresa porque se van a haber movido, estirado y girado en curvas inverosímiles y caprichosas. Y lo que es mejor: ¡ no van a dejar de hacerlo! Además sus corolas, antes cerradas como puños, se habrán abierto en una burbuja de prietísimo y tierno color  para mostrar en perfecto contraste cromático, cinco estambres negros como puñales de carbón.  A uno le gustaría ser pulgarcito para meterse dentro a soñar.

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