viernes, 13 de diciembre de 2013

Pequeña loma en la Casa de Campo




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Ayer estuve pintando. Estuve centrado y las cosas salieron. Creo. El cuadro me espera en el estudio pero hoy no podré tocarlo porque tengo que dejarlo secar y reposar un poco. Me gustan los colores y el movimiento que le he dado a la pequeña loma. Aunque podría ser inmensa porque no hay referencias. No existe figura humana ni árboles, ni nada... ya las pondré. Mientras tanto me entretengo en reconocer que aunque me gusta lo que hice, no tengo ni idea de cómo lo hice. Esto pasa a veces. A veces incluso las cosas salen muy bien;  pero no como uno quiere que ocurra sino como al cuadro le da la gana.  Esto sucedió con el cuadro que tiene Laura en su casa y podría fácilmente ocurrir con este. Lo veo venir.

 


Parece que al pintar siempre haya que dejar un margen para el descontrol y la sorpresa. Hasta que el pincel, la brocha, el trapo o lo que sea, no ha pasado por el cuadro uno no sabe el efecto del nuevo trazo; por más que eligiera con mimo el color, la densidad de la pintura, la dirección y  el recorrido.  ¿Cómo es esto posible? No parece que haya tantas variables para el Caos, ¿no?  Me pregunto si hay un porcentaje asumible para este  descontrol.


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Hay que reconocer que no siempre es así. Hay veces que el vértigo se reduce y parece que el cuadro se convierte en un caballo bien domado. Es fuerte, tiene su propia vitalidad, energía y te lleva...  por donde tú quieres. Pintar así es  maravilloso.



¿Cuándo es esto  posible? Supongo que no basta con tener dominio de la técnica. Ni tampoco con conocer  tus limitaciones... Quizás lo más importante sea tener muy interiorizado el motivo y comprender cuales son las razones por las que quieres pintar precisamente aquello y no otra cosa.  Esto es lo que va  a dar la forma y el carácter al cuadro. El carácter  que tú necesitas que tenga, y no ningún otro, por muy lucido que sea.

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Esto no me ocurre aun  con el cuadro de esta pequeña colina en la Casa de Campo.



En primer lugar no termino de tener claro el dibujo. Hay un caminito de contornos difusos cuyo trazado no conozco bien. No comprendo cuales son sus ondulaciones ni las del terreno que tiene alrededor. Me lo tengo que inventar. Luego... el color de base es gris. Todo el mundo sabe que el gris puede ser cualquier color. Es más: debe ser cualquier color. De lo contrario se queda sin vida, como la  puerta de un calabozo. ¡La tierra tiene que tener vida!  Por añadidura cada pajita, cada cardo, retama, raíz, huella, arbusto, encina... aporta su propio matiz, su propio gris en esta hora del contraluz al amanecer... Es dificilisimo.

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Bueno... Tengo que quedarme tranquilo y pensar cómo lo afronto. Quizás haya que hacer un estudio en grande con carboncillo como hice con el “pinar... “ Quizás tenga que reflexionar aún más sobre la naturaleza huidiza del motivo.No es un panorama que se divisa y se comprende de una mirada. “Comprende” en la doble acepción de la palabra: entender y abarcar. No, no es así. ¡Este lugar se manifiesta al pasar por él! Y no siempre.  Primero se descubre desde una cierta altura al alcanzar un recodo, luego bajas una pequeña pendiente y vuelves a verlo desde la base, de abajo arriba. Por último, cuando estás en medio de la cuestecita tienes una nueva perspectiva, contigo dentro.




.Es el mismo sitio y no lo es. ¿Cómo resuelves esto en una imagen quieta, fija, como  es una pintura?  Se me ocurre que haya que recurrir a la memoria. Y qué hay en la memoria. Hay tan sólo una imagen o qué hay. Porque puede que no se trate tan sólo de imágenes sino de otra cosa... ¿Qué cosa? ... ¿Una sensación?... ¿Una acumulación de imágenes y sensaciones?





Hablando de todo un poco: ¿qué  es una “sensación?”



Una sensación es una agitación en el ánimo que no llega a ser un sentimiento. No tiene la fuerza ni la definición que puede tener un sentimiento. Es una intuición de “algo” que puede querer o llegar a ser. Pero que no es aún. Quizás no lo sea nunca. Es fácil que estas sensaciones no se concreten nunca. Ni siquiera se formulen con palabras. Casi pasan desapercibidas.

 





Yo tengo una sensación asociada a este lugar pero no sabría decir en qué consiste. Puede que esté asociada a la carrera a campo traviesa que hago frecuentemente y que me lleva a pasar por allí. Sin duda también a la pequeña hondonada y a cómo recoge la luz. Pero sobre todo y más que nada a lo anodino del lugar: es un sitio de tránsito. Es uno de esos lugares que nadie considera y  de los que está lleno el mundo . Es un lugar que tendría  equivalencia en los innumerables momentos en los que tampoco pasa nada. Cuando vamos a por el coche, cuando fregamos los platos, cuando estamos en el ascensor o en una sala de espera... Son momentos abundantes. Los días se fabrican con ellos en un... ¿90%? Pero ni a estos momentos ni a estos lugares se les concede ningún valor. Sólo el del trámite.



Sin embargo, como en estas ocasiones no estamos haciendo realmente nada, es cuando más imperceptiblemente podemos “ser”. No “hacer”, ser. Pasamos rápido porque vamos a por algo o esperamos otra  cosa y es entonces, a veces de una manera fugaz, como un atisbo, cuando se nos revela quienes somos.


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Jódete y pinta eso.


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