viernes, 13 de diciembre de 2013

el ramo que te regalé






Tengo un amigo que hace un tiempo decidió que tenía que darle a su vida  la vuelta como un calcetín. Y no sólo lo decidió sino que lo hizo. Admirable. Más admirable aún: no está arrepentido. Ya me gustaría algún día poder contar su historia pero he de tener tiempo y un buen lugar para hacerlo _ no en este blog, desde luego- Y además he de tener su permiso, sobre todo para aclarar algú n punto en el origen de  su decisión con los que no termino de quedar conforme por más que en su momento él mismo me lo explicara. Y es que me temo que soy del tipo de personas que no  quedan tranquilas hasta que la realidad no se da por vencida y les da la razón.

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Me imagino que mi amigo no se molestará conmigo si respeto la intimidad de su nombre y mantengo el grueso de las circunstancias de su revolución personal en secreto y sólamente revelo uno de los cambios que acometió... y esto  únicamente  por lo que atañe al post... El caso es que dejó su brillante porvenir de ejecutivo y se inició en otra ciudad  y en otra actividad laboral. Abrió una floristería.


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No el tipo de floristería que a mí me hubiera gustado que abriera, posiblemente más parecida al invernadero de un jardín abandonado que a un moderno y brillante establecimiento impersonal... pero una floristería al fín y al cabo. 


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Como yo estaba enardecido con los resultados de los primeros Kakemonos (vease “jarrón con lírios”,  “las flores que Lola le regaló a Adrián” o “apología del tulipán naranja” ) quise pintar para el negocio de mi amigo algo que estuviera a juego y mandé componer el ramo más colorista y repolludo que me cupiera imaginar.


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Como en los anteriores kakemonos realicé varias versiones. Esta vez tuve que girar yo el ramo para encontrar la variedad que justificara cada una de ellas   porque las gerveras tienen mucho color pero muy poca imaginación y no son dadas a los cambios. En realidad es la flor que más se parece al plástico.

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En esta ocasión pinté cuatro ramos diferentes o mejor dicho: cuatro veces diferentes el mismo ramo. A mi amigo le regalé para su tienda la peor de todas porque ya me imaginaba lo que de cualquier manera iba a ocurrir: que nunca lo colgaría.


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Y así fue. Ël sabrá porqué. Tendrá sus razones... como aquellas que le movieron a hacer de su vida un calcetín dado la vuelta. En cualquier caso y en honor a la verdad he de decir que lo conserva con mucho cuidado en el mismo tubo en el que se lo envié. Me lo enseña con cariño cuando voy a visitarlo.






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