Tengo un amigo que hace un tiempo
decidió que tenía que darle a su vida la
vuelta como un calcetín. Y no sólo lo decidió sino que lo hizo. Admirable. Más
admirable aún: no está arrepentido. Ya me gustaría algún día poder contar su
historia pero he de tener tiempo y un buen lugar para hacerlo _ no en este
blog, desde luego- Y además he de tener su permiso, sobre todo para aclarar
algú n punto en el origen de su decisión con
los que no termino de quedar conforme por más que en su momento él mismo me lo explicara.
Y es que me temo que soy del tipo de personas que no quedan tranquilas hasta
que la realidad no se da por vencida y les da la razón.
.
Me imagino que mi amigo no se molestará
conmigo si respeto la intimidad de su nombre y mantengo el grueso de las
circunstancias de su revolución personal en secreto y sólamente revelo uno de los
cambios que acometió... y esto únicamente por
lo que atañe al post... El caso es que dejó su brillante
porvenir de ejecutivo y se inició en otra ciudad y en otra actividad laboral. Abrió una
floristería.
.
No el tipo de floristería que a mí me hubiera
gustado que abriera, posiblemente más parecida al invernadero de un jardín
abandonado que a un moderno y brillante establecimiento impersonal... pero una
floristería al fín y al cabo.
.
Como yo estaba enardecido con los resultados
de los primeros Kakemonos (vease “jarrón con lírios”, “las flores que Lola le regaló a Adrián” o
“apología del tulipán naranja” ) quise pintar para el negocio de mi amigo algo
que estuviera a juego y mandé componer el ramo más colorista y repolludo que me
cupiera imaginar.
.
Como en los anteriores kakemonos realicé
varias versiones. Esta vez tuve que girar yo el ramo para encontrar la variedad
que justificara cada una de ellas
porque las gerveras tienen mucho color pero muy poca imaginación y no
son dadas a los cambios. En realidad es la flor que más se parece al plástico.
.
En esta ocasión pinté cuatro ramos diferentes
o mejor dicho: cuatro veces diferentes el mismo ramo. A mi amigo le regalé para
su tienda la peor de todas porque ya me imaginaba lo que de cualquier manera
iba a ocurrir: que nunca lo colgaría.
.
.
Y así fue. Ël sabrá porqué. Tendrá sus
razones... como aquellas que le movieron a hacer de su vida un calcetín dado la
vuelta. En cualquier caso y en honor a la verdad he de decir que lo conserva
con mucho cuidado en el mismo tubo en el que se lo envié. Me lo enseña con
cariño cuando voy a visitarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario